LA FUENTE SANTA

LA FUENTE SANTA

La llamada Fuente Santa, fue una fuente de aguas termales, situada a el sur de la costa de Fuencaliente y a cuyas aguas se le atribuían propiedades curativas, siendo reconocidas tanto por los

colonizadores europeos, como por los antiguos pobladores de la isla.

La fuente se situaba al pie de un elevado acantilado costero donde se hallaba una playa de callaos y allí se formaron dos charcas mareales que los enfermos denominaban de San Lorenzo y de San Blas. Gracias a sus nombres hoy sabemos en que consistían las terapias que se practicaban. Mientras manó, siglos XVI y XVII, fue visitada por insignes enfermos y curiosos entre los que cabe destacar a Don Pedro de Mendoza y Luján, 1º Adelantado de los Mares del Sur y del Río de La Plata, fundador de la ciudad de Buenos Aires; Don Alvar Núñez Cabeza de Vaca, 2º Adelantado de Los Mares del Sur y conquistador de Uruguay, Paraguay y Argentina; Fray Gaspar de Frutuoso, eminente geógrafo portugués autor del libro Saudades da Terra; Leonardo Torriani, ingeniero de fortificaciones y funcionario de la corte de Felipe II; Fray Juan de Abreu Galindo, historiador y autor de una de las pocas descripciones de dicha fuente y que la renombraba con el nombre de Tagragito, nombre que le daban los antiguos aborígenes de la isla, los auarita y que significa aguas calientes. El siglo XVII es cuando más importancia llegó a tener. Venían a la isla enfermos desde toda Europa y América en busca de la curación de sus males entre los que se citaba la sífilis, la lepra, el reumatismo, la artrosis y cualquier enfermedad de piel o cicatrización de heridas. El agua, transportada en cubas, se llevaba a Cuba y Amberes desde donde se vendía en pequeños recipientes. La riqueza que generaba el agua de la Fuente Caliente logró que la renta per cápita de la isla fuese la mayor de las Canarias, el puerto de Santa Cruz de La Palma el más visitado e hizo que toda la punta sur se denominase con el topónimo de Fuencaliente como se llama actualmente. Incluso las necesidades de los enfermos provocaron la fundación de un pequeño barrio que se llamó Las Indias por la riqueza que en él habitaba. Fue tal la fama que traspasó frontera y pronto sus asombrosas curaciones pasaron a ser consideradas milagrosas y fue así cuando cambió su nombre por el de Fuente Santa, convirtiéndose en el balneario más famoso del Atlántico. Pero… Cuando mayor era su popularidad, todo acabó bruscamente.

«El 13 de noviembre de 1677, un cuarto de hora puesto el sol, la tierra tembló y 23 bocas del Averno se abrieron al pie de la Montaña de Los Corrales». Así comienza el relato de Nicolás de Sotomayor donde cuenta como se vivieron los momentos de la erupción y la desesperación que reinaba por el peligro que entrañaban las coladas de sepultar el mítico manantial. Tras varios ríos de lava que se desviaron hacia el norte y hacia el sur de las escotaduras del acantilado donde a su pie estaban las charcas, al final, el 23 de noviembre de ese mismo año, diez días después de comenzada la erupción, un río de lava se dirigió al sur hacia el punto donde nacía el acantilado que preservaba la fuente. Nada se pudo hacer, toneladas de piedra sepultaron las charcas ante los atónitos ojos de los palmeros y los enfermos. Nunca la desesperación de una isla fue mayor.

La pérdida de este naciente supuso la brusca desaparición de la mayor fuente de riqueza que tenía la isla. En los primeros momentos se produjo en la isla una verdadera revolución en la que los partidarios de rescatarla y los de dejar la fuente sepultada, pues así lo había querido Dios, se enfrentaron tan violentamente que tuvo que intervenir la Inquisición enviando a su Primer Oficial Mayor del Santo Oficio en Canarias, Don Juan Pinto de Guisla, quien hizo un informe que junto a un cuadro en acuarela del momento de la desaparición de la fuente, con el volcán en plena erupción, se conserva en el Archivo Histórico Nacional de Madrid.

Durante más de tres siglos se buscó incansablemente la fuente. Salvo el primer intento, realizado tan solo diez años después de sepultada la fuente y protagonizada por enfermos y palmeros que todavía guardaban recuerdo de la ubicación del manantial, los demás intentos desconocían el lugar exacto donde se encontraba enterrado el naciente termal. En todos los casos se intentó perforar un pozo que tras pasar los 70 metros de relleno de materiales emitidos por el volcán de San Antonio, llegaran a una de las dos charcas de San Lorenzo o de San Blas. Así lo relata Abreu Galindo y las generaciones siguientes, diferentes propuestas de perforación y ninguna con éxito.

Además existía la cuestión de la gran cruz de piedra o una excavación alargada que según la tradición y los escritos de Juan de Paz y Antonio Joseph Palmerini, marcaba el emplazamiento donde yacía enterrada la fuente.

Desde entonces y durante 328 años la búsqueda de la fuente ha marcado la vida de los palmeros hasta que en 2005, un equipo de ingenieros de la Dirección General de Aguas del Gobierno de Canarias fueron los encargados de realizar los trabajos de búsqueda mediante la perforación de una obra de ingeniería realmente singular, un túnel de pequeña sección de 200 metros de longitud que colocada al nivel del mar, permitió llegar hasta el pie del acantilado donde antaño se situaban las charcas de San Lorenzo y de San Blas donde fluía el agua del manantial termal.

Una vez encontrada la Fuente Santa, el Laboratorio Oliver Rodés de Barcelona analizó sus aguas descubriéndose la verdadera razón de las curas milagrosas de antaño: el agua era clorurada sódica carbogaseosa, la joya de las aguas balnearias, las más buscadas en España y que nunca se encontraron, solo dos hay con esta composición en Europa, Nauheim y Royat, en Francfurt y Vichy, Alemania y Francia respectivamente.

Se puede decir que las aguas de la Fuente Santa son en su especialidad únicas en España y las mejores de Europa por sus elevados contenidos en sales, temperatura y dióxido de carbono. En un futuro, el objetivo es que se establezca en la zona para el aprovechamiento de un balneario termal.